
Hace unos días, publiqué un artículo titulado “También hay marcas que sanan” sobre las experiencias que nos marcan tanto para bien como para mal. Mi intención era reconocer que, así como hay vivencias que nos lastiman y nos hacen sentir vulnerables, también existen aquellas que nos fortalecen y nos sanan en distintas áreas de la vida. En aquel artículo, introduje por primera vez en mi blog, el concepto de experiencias reparadoras, y hoy quiero profundizar un poco más en él.
¿Qué son las experiencias reparadoras?
Podemos entenderlas como aquellas vivencias que nos brindan lo que no tuvimos, o que, de algún modo, contrarrestan lo que nos hizo daño. Son aquellas experiencias que, sin borrar el pasado, restituyen el daño causado por heridas previas, abriendo espacio para la reparación y el crecimiento.
Esta idea se relaciona con el concepto de experiencia correctiva emocional desarrollado por Alexander y French en el campo de la psicoterapia, y ha sido retomada por investigaciones recientes en trauma, neurociencia y apego (van der Kolk, Siegel).
¿Por qué nos ayudan a sanar?
Cuando una persona ha crecido sintiéndose invisible o ignorada, el vínculo con personas que le brindan atención genuina y validación puede convertirse en una experiencia reparadora. A través de ellos, ésta puede satisfacer esa carencia y experimentar bienestar.
De igual forma, cuando una persona ha experimentado violencia en sus relaciones cercanas, el vivir una experiencia distinta a través de personas que le brindan empatía, seguridad y conexión puede ayudar a sanar esa área de su vida. Estos nuevos vínculos no borran el daño, pero se convierten en una referencia emocional distinta en cuanto a relaciones humanas.
Quiero destacar que muchas veces estas personas reparadoras no conocen nuestra historia en detalle, ni estuvieron presentes cuando sufrimos. Sin embargo, su presencia y su calidad humana en el momento actual pueden ser piezas clave en nuestro proceso de sanación.
El impacto neurobiológico de las experiencias reparadoras
Desde un enfoque neurobiológico, sabemos que el trauma altera el sistema nervioso, provocando con frecuencia una hiperactivación crónica. Las reacciones emocionales intensas y la percepción de amenaza pueden quedar impregnadas en nuestro cuerpo, afectando nuestro modo de relacionarnos y de responder al entorno.
Gracias a la neuroplasticidad —la capacidad del cerebro de adaptarse y cambiar a lo largo de la vida—, las experiencias reparadoras tienen el potencial de modificar estos patrones. A través de ellas, nuestro sistema nervioso puede aprender a regularse de maneras más saludables, y podemos construir nuevas vías neuronales que favorezcan el bienestar emocional y relacional.
¿Cómo buscarlas?
Aunque no podemos forzar su aparición, sí podemos cultivar condiciones que aumenten las posibilidades de vivir experiencias reparadoras. Esto puede incluir:
- Rodearnos de personas que ofrezcan seguridad, empatía y respeto.
- Participar en espacios de apoyo comunitario o terapéutico.
- Atrevernos a construir nuevas relaciones basadas en la autenticidad.
- Permitimos experiencias de logro, disfrute y autoeficacia que aumenten nuestra estima y sentido de valor personal.
Estar abiertos a reconocer y recibir estas experiencias cuando se presentan es, en sí mismo, un acto de sanación.
En el contexto terapéutico, el proceso de identificar y trabajar con las heridas emocionales, junto con la promoción de experiencias reparadoras, es un elemento esencial en la recuperación emocional. La terapia no solo busca comprender el daño, sino también crear nuevas posibilidades de conexión, regulación y sentido.
Finalmente, quiero dejar en sus mentes que las experiencias reparadoras son oportunidades para confirmar que las cosas pueden ser distintas. Son oportunidades para vivir algo contrario a lo que nos marcó. De esta manera, podemos darnos cuenta de que es posible seguir adelante. Las experiencias reparadoras nos llenan de la esperanza que nos faltó en algún momento cuando pensábamos que no podíamos esperar nada bueno de la vida.
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