
En Puerto Rico se repite con frecuencia la preocupación por la escasez de profesionales de la salud mental y la dificultad de conseguir una cita psicológica. Se habla de listas de espera largas, de terapeutas sobrecargados y de pacientes desesperados. Y sí, es cierto: los recursos humanos en salud mental no son suficientes para atender la creciente demanda. Pero el problema es más profundo que eso.
El país no necesita únicamente más psicólogos, necesita mejores condiciones para vivir. Ningún sistema de salud mental, por eficiente o empático que sea, puede sostener el bienestar de una población que vive en constante estrés, precariedad y desamparo.
La salud mental no mejora en el vacío. Requiere vivienda digna, salarios justos, seguridad social, acceso a servicios básicos, educación de calidad, espacios verdes, descanso real y comunidades seguras. Cuando el costo de vida se dispara, cuando las personas trabajan jornadas interminables para apenas cubrir lo esencial, cuando las madres solteras cargan con todo, los envejecientes viven con miedo a enfermarse y todos le tenemos miedo a la factura de la luz, lo que tenemos no es una crisis de salud mental: es una crisis de país.
Pretender que la salud mental se resuelva con más psicoterapia es un error estructural. Es como intentar apagar un incendio forestal con un vaso de agua. Mientras el gobierno no asuma su responsabilidad de crear condiciones sociales saludables, seguirá aumentando la demanda de ayuda psicológica y psiquiátrica. Pero lo que realmente necesitamos es prevención desde la justicia social.
No se puede pedir bienestar emocional a un pueblo que vive en modo supervivencia. No se puede hablar de autocuidado cuando el salario no alcanza, ni de resiliencia cuando el entorno sigue siendo hostil. La salud mental colectiva depende de las políticas públicas tanto como de la intervención clínica.
Si queremos menos ansiedad, menos depresión y menos desesperanza, el gobierno debe invertir en aquello que permite a la gente vivir con dignidad: estabilidad económica, equidad, seguridad y sentido de comunidad. Porque, al final, lo que nos está costando la salud mental más que la falta de ayuda profesional; es el costo de vida que se está llevando la vida misma.
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